La transición entre los meses de agosto y septiembre tiene algo especial que no lo tienen el resto de meses, salvo quizás la de diciembre a enero (pero de esa otra ya hablaremos en ocasión más propicia).
El fin de agosto representa, para la mayoría, el fin del periodo vacacional (no tiene por qué coincidir necesariamente con las vacaciones propiamente dichas), y en lógica consecuencia, el inicio de septiembre supone una cosa que solemos llamar ‘vuelta a la rutina’, aunque nunca sea una ‘vuelta’ tal cual, todo es un recomienzo constante (recuerden la frase de Heráclito: “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos los mismos”).
Esta transición puede ser para unos más drástica o violenta y para otros más amable, más escalonada. La situamos cada uno en función de nuestros hábitos y percepciones; la mía – mi transición – se ha producido esta mañana (martes 27 de agosto). Este año, los moradores de destinos turísticos no han tenido el honor de contar con mi presencia, pues he tenido el privilegio de disfrutar íntegramente de un Canillejas semivacío, adormecido en las horas centrales del día por los rigores de la canícula, pero acogedor como siempre. He estado trabajando todos estos días con el mayor ahínco que permitían las temperaturas, disfrutando, eso sí, de los relativamente numerosos huecos libres de aparcamiento en las calles del barrio.
Pero como digo, esta mañana, precisamente al desaparcarme para comenzar a trabajar, se ha producido la escena que me ha transportado con antelación a Septiembre, como si del juego de la oca se tratase, adelantándome dos o tres casillas del tirón: tratando yo de incorporarme a la circulación casi a ciegas, pues una furgoneta de reparto me impedía la visibilidad, en sentido contrario venía una mujer – vamos a suponer, por intuición, que es vecina de Canillejas -, la cual se ha visto retenida primero por ceder el paso a quienes venían de frente, y después por dejarme salir a mí (¡gracias!). No había sólo una furgoneta de reparto, sino tres, mas un vehículo particular también en segunda fila.
Al tiempo que sucedía todo esto, ya ven la escena: un tramo de calle con cuatro vehículos en doble fila ocasionan un notable trastorno en la circulación. Al mismo tiempo, digo, la señora, que tenía las ventanillas bajadas, exclamaba: “¡Es que esto ya no puede ser!”
Por supuesto, no se refería a mí, sino a esta situación que describo, en la cual cada uno de los vehículos parados piensa que “es un momentito” y que por dos minutos no pasa nada… y sin embargo, lo que sucede en realidad es que con tres o cuatro que lo hagan a la vez, ya la están liando parda y pagan otros el pato.
Y así, con esta cotidiana escena (para su tranquilidad, claro, les diré que ví por el retrovisor cómo la mujer pudo continuar su camino sin mayor problema, y cargada de razón por otro lado, habiendo tenido que esperar no más de treinta segundos), así, digo, ha sido como he aterrizado en Septiembre, y ya en breve comienzan guarderías, colegios, rutinas… ya muchos vecinos y vecinas regresan del pueblo. Ya se acaban las chanclas y los ‘tops’, y retomamos, quizás, proyectos empezados, o iniciamos alguno nuevo.
En cuanto a mí, por lo pronto, regreso a la camisa de manga larga – ¡ay, las convenciones laborales! – y espero con ilusión las Fiestas de Canillejas, que están ya a la vuelta de la esquina: viernes 6, sábado 7 y domingo 8. Pienso disfrutarlas y, por supuesto, colaborar con la Asociación en todas las actividades programadas. Fútbol sala, baloncesto, ajedrez, la carrera de chupetines… consulten la entrada de ‘Fiestas Canillejas 2024’ en la web de la Asociación y elijan la actividad que más les guste y ayude en su propia transición agosto-septiembre… ¡y acudan a la caseta, que serán bien recibidos!